Hermana:
La vida se ensañó en separarnos,
no fue culpa tuya ni mía,
momentos imposible de borrarlos
que dañaron nuestra cofradía.
Siempre soñé estar junto a ti
para construir bellos recuerdos
y compartir contigo la niñez feliz
entre risas, abrazos y juegos.
Siempre abrigué las esperanzas
de que de un momento a otro llegaras
pero era tanta la tardanza
que la angustia y la pena me mataban.
Muchas veces soñé abrazarte
como hermana de padre y madre
para brindarte apoyo y ayudarte
y defenderte como a nadie.
A veces al ver mariposas volando
juntas como buenas hermanas
pasaba la tarde llorando
porqué seguíamos alejadas.
Otras veces hermanita,
imaginaba tus travesuras,
y quería darte cosas bonitas
repletas de amor y de ternura.
Otras tantas te imaginé llegar
trayendo de equipaje tus sonrisas
pero nunca se pudo lograr
porqué siempre fuiste escurridiza.
Siempre hermana, tuve presente,
el bendito día en que llegaras
para irnos juntas a jugar al puente
y divertirnos felices con el agua.
Pero tú te fuiste haciendo tan rebelde
nunca sentiste amor por tu hermana
y yo con tantas ansias de tenerte
para andar por la vida abrazadas.
Me tocó ir sola por los campos
porque contigo no contaba
y pensar que yo luchaba tanto
porqué junto a mi lado te criaras.
Tu envidia, tu intriga y tu rabia
hicieron el triste desenlace,
de crecer sola sin una hermana
porqué tú sin razón te me alejaste.
Después llegó mi adolescencia
y yo seguí sola y entristecida
sintiendo el frío de tu ausencia
con ese odio que por mí sentías.
Después me fui haciendo mujer
y mi vida siguió su rumbo trazado
de tu vida poco llegué a saber
porqué nunca entendí tu mundo raro.
Y ahora reflexionando en plena madurez
siento pesar por mi madre amada,
que murió triste y nunca pudo ver
a sus bellas hijas juntas como hermanas.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela