-“A mí no me importa nada...”
vez tras vez se repetía
(dentro de su cabeza),
Don Juan, pensando en su hija.
-“Ya es hora de ser abuelo,
siempre tuve mala suerte,
y aunque sea como sea,
de igual manera lo quiero.
Doña María temblaba
pensando en qué pasaría...
y en estas cosas llegaron
hasta el anhelado día.
De pronto dobló en la esquina
una figura gordita,
cargando una hermosa nena
con rulos y pollerita.
Un bolso casi arrastraba
su hombro algo inclinado,
y corrieron hacia ella
para ayudarla a llevarlo...
¡Cuánta emoción... cuántos besos!,
¡cuántas palabras cortadas!,
¡cuánto tocarse y decirse
cosas sin decirse nada...!
El pañuelo no alcanzaba
a la llorona mamá,
que debía atajarse
o si no iba a reventar.
A la noche el asado
y las historias sobraron,
y ninguno protestó
aunque tarde se acostaron.
Como a eso de las tres
y cuarto de la madrugada
(y como hace años no hacía...)
Don Juan se acercó a su hija
para ver si respiraba...