josecarlosbalague

EL MONSTRUO

Se habría levantado pronto;

habríase aseado y vestido

y, como cada día,

habría marchado a su lugar de laburo: la ESMA

Allí, en su despacho,

le estaría esperando un subordinado,

suboficial, probablemente.

Se habría sacado el saco

y arremangado las mangas de la camisa.

Habrían ido juntos

a una de las salas de tortura.

A una orden dada,

le habrían traído al detenido.

Un hombre joven; estudiante, probablemente.

Le habrían ordenado se desnudara.

Como no entendiera la orden

Un enorme puñetazo en la boca que le habría hecho sangrar, le habría hecho entender.

Ya desnudo, que se tumbara en la mesa de hierro, se le habría ordenado.

Y allí, decúbito supino,

con perversa crueldad

debió empezar la tortura.

Bien pronto los gritos de dolor del torturado

se habrían unido a los procedentes de otras salas anexas,

formando una sinfonía de lamentos

que habría inundado la galería,

aumentando aún más el goce de los dos sádicos.          

Habría transcurrido algún tiempo

inmersos en la tortura del hombre, tal vez un par de horas.

Tras la excusa de obtener de él la confesión

se escondería la siniestra razón de sus actos:

destruir físicamente a un ser humano.

Tras ensañarse con él repetidas veces,

le habrían dejado, tal vez, en el mismísimo umbral de la muerte.

Ello permite preguntarse dónde debía estar Dios en aquellos momentos:

la respuesta es siempre: en ninguna parte.

Ya el propio Cristo en el Gólgota exclamara: “Padre ¿porqué me has abandonado?”.

Le habrían hecho retirar

para llevarle a una de las mazmorras,

ordenando les trajeran al siguiente,

para iniciar con él la lúgubre ceremonia.

(Debe existir un placer inconfesable en la tortura:

una erótica del tormento).

Al final de la tarde,

pletóricos de placer

habrían dado por terminada la jornada.

En el baño de su despacho,

Habría procedido al lavatorio de las manos ensangrentadas,

suprimiendo con un cepillo

los restos de sangre adheridos entre las uñas.

Cansado pero satisfecho del trabajo realizado,

con la satisfacción del castrense deber cumplido, en extremo placentero, habría emprendido el regreso al hogar.

Ya en la casa,

como un buen padre de familia, cariñoso,

habría dado un lindo beso a su esposa,

probablemente ignorante de las actividades del marido,

y muchos a su hijita,

propia o quizás arrebatada a una madre instantes antes de matarla.

Tras todo esto la razón no alcanza a comprender

cómo es posible

que pueda infringir semejante daño a un ser de su misma especie

otro con apariencia -sólo apariencia- de ser humano

tras la que en realidad se esconde un monstruo

 

 

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