La eterna vida
No hago nada, yo sé que no hago nada,
como el sol que se sienta en su trono a ver el día,
como el mar que revuelve sus olas sin sentido
sólo para que nadie le critique su pereza.
Agito la corteza de mis ramas rojas
para que, entre las hojas que desprendo,
parezca que encontré la primavera,
o al menos el otoño de pétalos dorados,
o al menos la canción que en las semillas nos sostiene.
Para que crean que es la tierra libre
la que van recorriendo mis raíces
o que es a mi ritmo que la esfera gira
mientras yo cuido el paso de las nuevas golondrinas.
No hago nada, me resisto afablemente
a creer que necesito demostrar que existo,
que es necesario más que palpitar al ver el cielo
y aquí mi sombra en paz entre las calles de este mundo,
es esto lo que soy, si no les basta
esperen a que crezcan los damascos,
a que la estrella brille por la noche,
a que la madre en el balcón sueñe ese niño que aún no viene.
Lo amamantó por siempre, sin saber que era un lucero
o un árbol o un halcón que desde lo alto la acompaña.
Soy yo, les digo, ella lo sabe y me sonríe,
la madre tierra nace y yo con ella parto
sin hacer nada más que amarla, porque
es la única opción de ser nosotros mismos
para siempre en este surco al que llamamos vida.
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