Sin que me diera cuenta
abrì mis puertas para que entraras
y apoyè mi corazòn solitario
en tu hombro càlido.
Me dejè llevar confiada
creyendo que me amabas,
que espantrìas los fantasmas
de mi ùltimo asombro.
Aprendì a caminar con tu ritmo
y en mi inocencia incauta
tambièn aprendì a llorar
sin derramar làgrimas.
Pero..., con el tiempo, me di cuenta,
pues me sucedieron cosas
que cubrieron con una pàtina gris
mi vida y toda mi sabia.
Fui opacàndome, agobiàndome,
soñè que me albergabas en un rincòn
de tu corazòn, de tu alma.
¡Sì, yo pensaba que me amabas!
Creì que era la energìa
que fertilizaba el oasis de tu huerto.
El arroyo donde calmabas tu sed.
Pero..., solo preparè mi agonìa.
Ya no deseo seguir luchando
para mantenerme viva,
tan solo por temer a la soledad,
cuando siempre estuve sola.
No quiero descubrir que me dormì,
para despertar afiebrada como niña
que sufre pesadillas, lejos de tus brazos.
Sin un poquito de esperanzas.
Esas que guardo como antìdoto,
para los momentos crìticos.
O cuando la soledad me aplasta;
cuando me desabrocho las manìas.
Pero tambièn para cuando
me olvido de las culpas
y quedo desnuda de tiempos,
de las ilusiones perdidas.
Allì, donde veo mi rostro verdadero
y grito que ya no tengo fuerzas
porque otros tienen de ti
todo lo que a mì me falta.
Sabiendo que no soy tu sabia
ni el nèctar que te agrada,
pues tu nombre ya no es
la ùnica plegaria para Dios.
Ahora sè que no soy tu verdad,
pero soy la que està sufriendo
la que aúlla sin esperanzas
acusándote en sombras y sin campana.
Deseando un menudo soplo
que me permita ocupar
ese pequeño espacio
donde quedarme quieta.