jimmyraus

Aguacero en agosto

Sabía que vendría como son capaces de saber las cartas el destino de uno mismo o del resto, sin seguridad, sin certeza, dejándolo todo en manos del azar.

Suponía que vendría a verlo y que lo esperaría a la entrada de la facultad como antes en la escuela, como antes, cuando simplemente lo sabía en lugar de suponerlo.

De todas las personas que minutos antes imaginó que vería, ella, su nombre, se repetía constantemente en su cabeza.

Bajaba las escaleras creyendo que tras las puertas con vida la vería de nuevo.

Y cuando estuvo fuera, un soplo de aire helado martilleó sus huesos haciéndolo temblar.

Tras una cortina joven de abrigos gruesos pudo verla al fin, ahí estaba, la niña más bella del salón y ahora, la mujer más hermosa de la facultad.
Vio entonces como llovía en su agosto, vio como el hipotético e incierto futuro que unas cartas pueden predecir se convertía ahora en su única realidad, en su vida ahí, más tangible que nunca.

La vio igual que la recordaba. Con esa sonrisa que irrumpía en la oscuridad y la terminaba, con su figura ideal, y con sus cabellos tal y como tras el último suspiro los dejó. Se encontraba ahí de pie, encerrada en sí misma, esperando ese abrazo que pareció eterno en aquella despedida y que ahora estaba tardando más de lo esperado. Tenía frío. Era evidente.

Estuvo tan cerca que sintió como su tibio aroma lo transportaba a aquella primera noche que pasaron juntos, igual que en sus mejores sueños, sintió como se iban la soledad y el frío que después de aquel verano inolvidable, se instalaron para siempre en su corazón.

Y como si fuese la primera vez la tomó como se toma una figura de cristal, tembloroso, torpe, temeroso, sujetándola para que no cayese al suelo y desapareciese dejando una pequeña montaña de migas brillantes.

Pasó un pulgar por su mejilla terminando ese hilo que resbala en el rostro de las personas cuando vuelven a ver a quien aman después de tanto tiempo e inmediatamente, sintió el frío otra vez, pero la suavidad de su rostro hizo que mereciese la pena congelarse de nuevo. Y estaban tan cerca que no pronunciaron palabra alguna, dejaron para sanación de sus heridas y satisfacción de sus almas que sus labios hablasen.

Se miraron otra vez e hicieron lo que desde aquella última noche de verano no hacían, sonrieron de verdadera felicidad porque tras diez largos inviernos esperando a que lloviese, un beso sincero unía sus almas de nuevo.