Se sumerge en la algarabía del ruido envolvente. Necesita huir de sus cavilaciones adversas. Desearía canjear la honda indecisión de su alma por el bullicio letal de esa esquina estrepitosa.
Mirándose en el espejo su imagen casi disuelta le ruega que se salve. Pero ya no tiene libertades. O se lamenta en alaridos grotescos o desfallece de aullidos encarnados.