Mi mente es una diablesa muy inquieta y muy traviesa, se despierta muy temprano y empieza con su canción, yo no la hago caso e intento hacerme el remolón. Ella es insistente y ante mi intento de negativa muy enfurruñada ella me chilla, ¡Arriba ya so zangano! que haces aquí todavía, que cada minuto que estas ahí tirado es un minuto desperdiciado.
Tengo que hacerla caso o loco me volvería, cansado y dolorido poco a poco voy funcionando, me voy a la cocina me preparo un café, el primero del día, que me abra los parpados y me llene de cafeína, una vez bien despierto se pone muy pesada y me apremia muy apurada ¡A escribir, a escribir! Que esta es la mejor hora, la hora de la amanecida, para ponerse a escribir ahora que no estoy atormentada y dolida.
Que aguantar las consecuencias de tu cuerpo me es agotador a lo largo del día, pasadas unas horas no lo podré soportar me encontrare desconcertada y algo mareada.
Aprovechemos este momento en el que puedo razonar y las palabras solas puedo sacar, con este razonamiento que me deja desarmado me siento en el ordenador y las teclas voy tocando, a veces no tienen sentido individual pero al leer su contexto me doy cuenta de que mis manos y mente en perfecta armonía sacan las palabras en una gran sintonía, formando versos que conscientemente no compondría y letra a letra, verso a verso compongo poesía.
Mientras mí mente se va agotando y mi cuerpo va chillando ¿Pero que he de hacer? Si esto ya lo sabemos que los problemas del cuerpo los recibe la mente, a pesar de ello he de admirar a una mente como la mía, una mente diablesa muy inquieta y muy traviesa.