Ya nunca pudo Don Juan
volver para el Paraguay,
los años se le pasaron
y al fin ni modo que hay.
Doña María se le fue
para el cielo un día domingo
y la Raquel se casó
con un inmigrante gringo.
Los chicos se le crecieron
y siguieron su destino,
José siempre con los autos
en rallys por los caminos.
La Camila se quedó,
de pronto, embarazadita,
y así se le dio la vida
nuevamente a otra nenita.
También se llamó María,
también tenía pequitas,
y José ya se casó
con la que era su chica.
El tío se puso muy viejo
y Don Juan era el gerente,
ahora estaba acomodado
(y lo decía la gente).
Esa cuenta que tenía
siempre a Don Juan preocupado,
la arreglaron con un giro
que mandaron por un banco.
-“Ahora está limpio mi nombre”
(él siempre lo repetía),
he vuelto a ser todo un hombre...”
y rebosaba alegría.
Muchos años le dio Dios
a este noble paraguayo,
que a sus nietitos contaba
siempre la historia del picnic,
que con toda la familia
hicieron sobre una nube,
subiéndose por un rayo...