Ésta tarde de Noviembre
es muy angosta
como el orificio de una aguja
en que no pasa nada,
si acaso el hilo de las horas
o el viento que siempre vaga
Mis extremidades se desdoblan
y desbordan la orillas de la cama,
se extienden en su centro
y sobre sí mismas se enrollan
en incomodidad de modorra
Me incorporo y agito la mirada
que se me sale por la ventana
a palpar la calle solitaria,
a derramarse sobre las aceras
y su pasividad,
a sentarse en una mecedora
y reposar en su curvatura de metal
Esta tarde que mengua,
eslabón incandescente
entre la noche y la mañana,
es distintamente igual
a la que ocurrió ayer,
y en punto de las 7
-si mi reloj están bien-
cerrará su vitrina de lumbre
y se esconderá
tras oscuras sábanas de aire,
pienso [a veces lo hago] :
el giro de la tierra
solo es un parpadeo perezoso
de mi ojo.
Esta tarde me dice:
que no soy más que un instante
petrificado
que infinitamente rota,
e inmóvil
se mueve centrífugamente
hacia afuera,
en el propio lugar
donde nunca es donde mismo,
sitio anclado al movimiento
en el que estuve,
en el que estoy y estaré
aunque muera;
así lo dice la Física, también.
Ésta tarde
es una tarde cualquiera
ideal para divagar,
arriesgarse a alcanzar la libreta,
coger la pluma,
recostarse de nuevo y ponerse a escribir
a pierna suelta…