DESDE EL BESO A LA GLORIA
La íntima mirada me despierta en ti ángel mío,
y por más que padezca este llanto o suplicio,
en esta mazmorra donde aquí yo vivo,
no podré hallar lo que yo tanto ansío,
y lo que tanto quiero que a veces me muero
en este castillo de penumbra y silencio.
Oh, duras cadenas mías y que cruento martirio,
no veis cómo muero de amores cautivo,
no lo ves crisol dorado no lo ves mi zagalita.
Te llevo allá muy dentro de mi alma por eso delíro,
por eso padezco y siento muy hondo este llanto mío.
Oh, cuánto te pienso, zagalita mía y cuánto yo te suspiro
por esos tus ojos de plata de ónice y de zafiro.
Ya estás en mi alma esculpida y dentro de mis antorchas
y de mi espíritu,
ya estás en mi pecho y cuando te pienso y te veo tus
cielos divinos
la locura de amarte en las dunas solitarias y en los
senderos floridos
y tú mirando a los cielos a la par de nuestras cuatro pupilas y las
del niño.
Hay gotas de sangre que aman hasta lo infinito
tú eres la gota de agua para mis labios sensitivos.
Tú eres el dulce beso y el susurro de los bucles blanquecinos del
río
y la brisa que acaricia la piedra angular que sostiene mi amado
paraíso
y eres la tenue montaña y las cañadas y cordilleras de mis
suspiros.
Cuando pues te pienso ya te quiero y te beso y ya respiro,
te llevo muy dentro y en pleno llanto te abrazo y ya resucito.
Ay, qué hondo es amarte y qué gloria es tenerte en tus cielos
conmigo,
y poder adorarte desde el beso y el abrazo y la caricia en mi rostro
amor mío.