Querido Raúl:
Todavía te escribo. Soy la noche que te acompaña. Soy la sombra que te dibuja la noche y te hace testigo de tu existencia.
Soy la primera mañana que aprendiste a decir te amo. Soy la primera mañana que te tendiste en tus brazos, te perdonaste por no poder, y nos dijiste adiós.
Soy la primera vez que te abriste los ojos y viste más allá de la realidad y aprendiste que se puede soñar con imposibilidades. Y te hiciste cielo sobre mis párpados de tinieblas, para amanecer dentro de mí y darme esa luz que se necesita para caminar a tientas, a tropiezos en caminos que nos harán sentir siempre más perdidos.
Soy la primera herida que dejaste abrirse sin temor sobre tu alma. Y la dejaste vertir sobre el amor, porque el amor es eso que nos duele mientras más estamos amando. Soy la primera que te dijo que el amor no basta, y no lo creías, no me creías hasta que empezaste a sentirte culpable por cada falla y entonces, dijiste en voz baja, tal vez, tal vez es cierto.
Y juntos fuimos cuerpo. Un cuerpo tendido sobre el miedo. Un cuerpo desnudo henchido de dulzura y de placer. Una hermosa visión de piernas y de brazos, de bocas compactas, de vientres formando un nido. De gritos que anuncian que el amor es de lo único que podemos liberarnos y seguir a la vez tan dentro. Tan dentro.
Y juntos fuimos deseo y lágrimas. Fuimos una espina que nos hería la espalda. Un espejo que empezó a reflejarnos los costados y fuimos conscientes del terrible peso que tenía el otro por hacer que esto -lo nuestro- funcionara. Entonces el amor, se hizo un mapa y comenzamos a buscar atajos que nos permitieran ser más reposo que tormenta, más tranquilidad que zozobra. El amor dejó de ser nuestra enfermedad, fue un diagnóstico anunciado y ambos nos pusimos en cuarentena.
Nuestros rostros se hicieron cenizas y en su lugar quedaron otros, irreconocibles; de gestos extraños, de palabras ausentes, de labios que parecían nubes sin lluvia. De miradas que eran, espejismos de ausencia. Nuestras manos buscaron refugio y solo encontraron, un corazón que ya no era del otro, sino un latido que se resistía todavía a morir. Y con todo el amor que todavía nos quedaba, bendecimos su vida, alabamos su resistencia y le permitimos dormir. Dormir para siempre. Dormir infinitamente. Dormir la brevedad que fuimos, eternamente en el otro.
Querido Raúl, acaso te escribo desde el sueño. Todavía te escribo. Todavía te sueño. Todavía te amo.