A veces entro en la Iglesia, y me siento en el último banco.
Disfrutando del silencio y la soledad.
La intimidad me crea refugio, con su carácter muy de mañana, de entre semana.
Por lo que no suele haber casi nadie.
Me siento tan lejos del mundo, en mi inspiración profunda.
Obra el milagro, tanto, que su significado se vuelve pequeño
hasta desaparecer en la ausencia de lo inalcanzable.
Entonces abro los ojos, saco mi viejo bolígrafo de palabra por patentar
y me pongo a escribir.
El único sonido que desvela mi existencia, es el caminar de la tinta por el papel.
Salvo por la luz piada de los ventanales, que de cuando en cuando
curiosea la palabra que estoy naciendo.
Iluminando mis textos, con su lectura del mediodía.
Abrazándome tacto narrador, con su calidez pura.
El sacerdote que viene y va preparando la misa.
Respeta mi Voto poeta, ha reconocido en mí la de(San)grada herida interior.
El Hábito que visto del Corazón.