Noche, venga a nosotros tu reino
que tu vaho negro repose en nuestro seno
que no extrañemos la blanca luz
que nos enceguece con su manto de azucenas.
Seamos hijos de tu vientre oscuro
abandonados en la ribera del abandono
donde yacen nuestros dolidos hermanos
lejos de la piel ermitaña del día
de los pájaros de luz y los hijos del sol.
Noche, hiéreme con tu garra de negra loba
con tu mirada cíclope de luna abandonada
con tu moreno rostro de lapislázuli
enséñame los ciegos laberintos azules
los desolados caminos de los muertos
tu aroma de tierra excavada y fantasmas.
Porque el día nos ha herido
y aquellos hijos del día nos traen guerras
son animales extraños y sedientos
su piel blanca es vergüenza y escarnio
debemos huir de su blancura,
de las escenas frías, de su falsa belleza
de su pureza fraguada y su roído armiño.
Noche, hazme tu hijo, quítame la luz
que bebí por tantos años, esa triste luz
que creí que me guiaba hacia las alturas
mientras odiaba a los oscuros hijos del barro,
quiero probar tu piel de olvidadas maravillas
bañada, apenas, por rosas negras y misterio
quiero quemar, de una vez por todas,
las blancas concepciones de los tiranos
las islas blancas en que he habitado
para entrar en tu totalidad color universo
llenarme de presagios y certezas
en tu tumba de sombras y dolidos cuervos
hasta llegar a concebir la oscura palabra
que destruya la luz que ya nada aclara.