A nadie nos debemos, sino a quienes nos plazca,
libres, a cada instante debernos y entregarnos,
ni por un compromiso con Dios en una iglesia,
ni por una promesa firmada en un juzgado.
Que los brazos no sean ataduras que abracen,
ni lujosos envases de veneno los labios.
Que las manos, capaces de caricias ingentes,
jamás las utilicen los seres como látigos.
Por todas las mujeres que sufren el agobio
de habitar en su nube con un demonio al lado,
para que al suelo bajen de la vida diaria,
sin que nadie las trate como objetos tirados.
Por todas las mujeres que no sueñan ni en sueños,
que mantienen sus ojos con vendas o cerrados,
para que, desatadas de aquello que las ciega,
vuelen con alas nuevas a sus sueños soñados.
RAFA DEDI