Viejos Hostales de Madrid, de céntrica nostalgia
que amásteis tiempos mejores.
Como yo de entrada, aparente inadvertida.
Pero de portones para adentro
conserváis los corazones de alientos señoriales.
La delicia de perderse en el laberinto de pasillos inencontrables.
A cubierto de patios interiores, donde el abanico de los días
protege todavía, el aire perfumado de las tertulias amantes.
Postigos de maderas blancas respetuosas
discretas miradas asomadas a los jardines privados.
Testigos de este corazón enfermo.
Que se atranca el paso de la esperanza verdadera
entre fecha y fecha de insomnio al raso.
Por su próxima cita Paradera.
Y mi soledad curiosa llora..
..al reconocer la promesa de una espera, cuyo eco nunca volvió.
Las madrugadas me preguntan: ¿Poeta cómo fue la obra?.
Y yo deshojada de gratitud, por revelarme su florecida memoria.
Les susurro siempre besos como los de antes
lanzados al aire de quien los quiera inspirar.
Juega conmigo edad pasada, al escondite de los fantasmas.
Tenemos tantas estancias donde atravesar.
¡Leo, Leo..¿Qué lees?!..un verso invisible que por no poder tocarse
está latente en cada piel desvelada, que le asombra enamorarse.
Oigo las cartas rotas caer, sobre el linóleo carcomido del desamor.
La vejez atrapada en la costumbre de la memoria feliz.
Esa de, tantos años que nos veíamos allí.
Una tradición de arrebatos en clandestina poesía.
Elevadores de galante usanza, que se toman su tiempo
para ascender el destino de los siglos, entre planta y planta galdosiana.
Luego a la hora de marcharme, me insistís constancia:
Escribe autora escribe, no dejes de nacerlo.
Hacía tanto que no amanecíamos belleza entre nuestras sábanas.
Es entonces..
..y sólo entonces..
Cuando me huyo a Volar.