Les fueron a esperar a Buenos Aires,
no llega hasta la estancia el hidroavión;
también es bien sabido que los ángeles
no usan ni valijas ni reloj...
Se tienen que apurar, siempre demora
el silbato en detener a la pelota,
pero de una manera o de otra
se hará igual la hora...
Ya tienen contraseña al acertijo
y los dos mil quinientos de la coima,
(el tío lleva mal puesta la gorra
y con su mano aprieta fuerte la de su hijo.
No hay tiempo que perder para encontrarlos
y esperan que sus ojos sean azules,
pues de los de marrones ya están hartos
(pues comen con más ganas que leones).
Las hijas se lavaron y peinaron,
y tienen los detalles del vestuario,
los guardias les permiten que se bajen
igual a media cuadra.
Aún no cae la noche (se sostiene),
no llega el nuevo día (se ha dormido),
y en la pequeña lancha ya se vienen
cantando y saludando a los gritos.
Les traen el diploma: “Honor y Honra”,
mandaron un informe bien preciso,
la letra era clara, también el punto y coma
y tiene el pentagrama las diez notas.
-“Que raros que son éstos (en voz baja)
fue todo el comentario de la tía,
no vienen con aureolas ni con alas
como me suponía...”
Después de los abrazos y la entrega de las chipas,
volvieron otra vez a darse prisa,
había que llegar hasta la loma,
llevando la pesada carretilla.
-“¡Son Cuatro!”, se decían, emocionados;
doblaron en la esquina con trabajo
y, en medio de la prisa y la alegría,
se fueron cuesta abajo.
Terminada la cena y los discursos,
en el casco de la estancia de las vacas,
se lavaron los dientes y acostaron
¡pues mañana es otro día!