Allá muy cerca del cielo
en esos andes lejanos
donde el viento con el trueno
y el silencio son hermanos.
Vive un astuto animal
entre riscos y quebradas
que aparece como un rayo
aterrando a las majadas.
Cuando el vientre se alborota
afila sus dientes fieros
y ataca sin compasión
rediles y gallineros.
Es común en los pastores
estas historias contar
como la que yo les cuento
que no es ficción, es real.
Era la noche muy negra,
era la noche muy fría,
las lágrimas del tejado
una tras otra caían.
De pronto sonó en la quincha
“es el zorro, ganadero
¡héchale motoso bueno
come al zorro malagüero”!
Ladran en coro los perros,
“china ya no hay el mejor,
el merino oreja mocha,
el grande, el reproductor”.
Persiguiendo al fugitivo
hombre y mujer aceleran,
arrancándose en las zarzas
calzoncillos y polleras
Van corriendo por la cuesta
antes que el fiero animal
doble la loma y entonces
se pierda en el pajonal.
La lluvia ayudó al intruso,
la niebla y el lodazal
a ocultarse en su guarida,
no pudiéronlo atrapar.
Después de su gran banquete
durmió como un holgazán
sin pensar en el mañana
se deleitó en su maldad.
Una noche como tantas
volvió al corral el cuatrero,
de prisa se abalanzó
sobre un robusto carnero.
La luna que aparecía
al feroz iluminó
y un estruendo de repente
a la noche estremeció.
Fue una bala vengativa
lanzada con tal acierto
que aquel zorro ganadero
dio un suspiro y quedó muerto.
Ya no huirá por los cerros
con su viveza sin par
ni beberá sangre fresca
ni sus lauros cantará.
Al fin le llegó la hora
al terror de los potreros
ya sus huesos son trofeos
que se disputan los perros.
Hoy su pellejo se luce
en la pirca del corral
para cuidar las ovejas
como un celoso guardián