Aquí me encuentro, sentado frente a mi ordenador, tratando de “ordenar” las ideas, los pensamientos, los sentimientos que te quiero expresar en este momento.
Desde mi ventana puedo ver el sol que poco a poco se reafirma, luchando con el día gris que se ha presentado. Día característico de otoño donde la melancolía es la protagonista principal.
Desde que te fuiste, a mi lado no tengo nadie con quien compartir las cosas más íntimas que siento.
Extraño tu mirada sincera, tu voz certera, tu sonrisa amplia, tus carcajadas espontáneas, tus consejos sabios, tu manera de ver la vida, tus palabras de ánimo cuando me sentía decaído, tu corrección cuando me veías por el camino errado.
Ya no tengo con quien compartir una copa de vino rojo, una no, unas cuantas y poder hablar y hablar hasta las tantas.
No hacía falta que nos habláramos para entendernos, solo con la mirada podíamos comunicarnos, comunicar nuestras almas. Solo con mirarte podía intuir tu estado de ánimo y nunca llegué a equivocarme, al igual que tú lo hacías conmigo.
Si algo particular me sucedía en el trabajo, en el vivir cotidiano, no veía la hora de poder contártelo, compartirlo, sabiendo perfectamente que me escucharías, que me comprenderías, que tenía un espacio amplio en tu corazón.
Mis paseos se han reducido, ya que no tengo con quien compartirlos.
Las tardes de cine se han reducido al máximo. Añoro esa cena después del cine donde comentábamos el film, hablábamos de nuestros sueños, frustraciones, derrotas, ilusiones y nos reíamos de todo.
Hoy, solo en mi habitación te recuerdo, mientras escucho una música suave.
Tuve la dicha de conocerte, de compartir cinco años de nuestra vida, que nos parecieron una eternidad, pero que a la hora de separarnos, nos parecieron solo un día fugaz.
El día que te llevé al aeropuerto no pude evitar que me asaltaran las lágrimas, la tristeza aferrara mi garganta, el vacío se abriera paso en mi estómago.
Cuando vi tu avión despegar hacia el sur del mundo, hacia tu patria querida, sentí que te llevabas una parte importante de mí, pero me consoló enormemente la parte de tu ser que quedó en mí.
Tengo tantas cosas que hablarte, que contarte, pero no tengo la certeza de poder hacerlo alguna vez en persona. Las nuevas comunicaciones me consuelan, pero prefiero tenerte cerca, poder tocarte, poder abrazarte fuertemente, cosa que jamás lo podré hacer vía skype, email, whastapp….
Le doy gracias a Dios por la oportunidad que me brindó al conocerte. A él le pido una lluvia de bendiciones a tu paso.
Tienes un corazón grande, eres un ser especial que estoy seguro llevará un mensaje de esperanza donde quiera que se encuentre, solo con su presencia.
Mientras tanto sigo mi camino, continuo en mi senda, con el corazón más grande, engrandecido por ese compartir sincero que tuvimos la oportunidad de disfrutar.
Miro dentro, en lo profundo de mi corazón y ahí estás tú, junto a otras personas queridas que estuvieron y siguen estando presente a través de la distancia.
La vida es un tren en viaje hacia el infinito. Se detiene en algunas estaciones. Algunos se suben, otros se bajan. Quien hace un viaje más largo a tu lado, quien se baja en la próxima estación; no importa la distancia, sino lo que se comparte.
El corazón debe siempre estar libre para dejar ir y abierto para dejar entrar a quien considere digno de ello, enriqueciéndose en ese proceso.
Un fuerte abrazo, hasta siempre, querido y añorado amigo….