Hablemos en voz baja
e imagina
que pudiera ser ésta la hora terrible en que agonice y no me he dado cuenta,
que pudiera ser ésta la hora en que un dolor de alpinista
descendiera a mis ojos,
me mirara de frente y me quedara
como un buda de yeso, inexpresivo.
Porque sabes muy bien que desde el aire mirando hay una muerte
capaz de cualquier cosa,
capaz de abalanzarse en los vacíos más hondos y encallar
los relojes de cuco,
y además
sospechamos que existen realidades ocultas
que nunca entenderemos,
sabemos que hay arcángeles por detrás de nosotros arrancándonos
el vello de las ingles,
que hay negocios
de comercios oscuros y ataúdes
esperando a vendernos un mendrugo de gloria higienizada.
Y llegará el momento en que ese niño que ahora es mi dolor
se bañará en el hielo de los polos
y se ahogará en sollozos
y su endémico llanto atraerá a los monzones aborígenes
y se oirá a los tratantes de esclavos y a las madres infieles que nos gritan los límites
de las islas antípodas.
Son las diez de la noche, está nevando y te estoy hablando a ti,
precisamente a ti
que eres solo en el mundo y no me escuchas.