Busco y encuentro otro libro perdido
y página a página me murmura
la sensatez de abrazar la locura;
el placer de no darse por vencido.
¿Conrad fue un soñador empedernido?
Bendito sea el mar y su bravura,
el saber, el amor y su ternura.
Cien años después, tocado y hundido,
aún lo oigo, agonizando de vida
con la melancolía de un artista,
aullar, con la voluntad abatida
y el sueño roto de un equilibrista,
-anhelando la enésima partida
a otros horizontes- : ¡Tierra a la vista!