I
Que si es el tiempo de recapitular la existencia
y de pedir perdón a quien adeude algún insulto,
alguna herida, alguna decepción o afrenta alguna
Que desde que el hombre se levanta de la cuna
y comienza a caminar, ofende, a veces sin conciencia.
Y cuando aprende con renuencia a ofender
o al contra ataque, como un esgrimista se enfrasca
en la contienda, lanza estocadas, o para las que
recibe con la espada para no morir en un lance
desdichado, con el pecho atravesado por el florete.
II
Tiempo es de recapitular la existencia y de pedir
perdón a quien se ofendió en otro campo de batalla,
en el duelo que suelen debatir los contrayentes
Inmaduros, sedientos de placer mas sin cordura,
que la paz en tales circunstancias dura, lo que dura
el placer: solo un instante. Que si tuve la culpa,
que si fue tuya, qué importa ya a ninguno la victoria
o la derrota, al fin de cuentas en esta historia,
nadie venció pues todo se perdió por la soberbia
del orgullo, y la sed de venganza mutua, que
en un incendio más voraz que aquel que desata
la sequía en el páramo yerto en el estío, tu furia
y mi torpeza se fundieron en una cruenta lucha
que devastó lo que pudo ser un huerto.
III
Tiempo de recordar aquellas notas de canciones
que se adhirieron a mis oídos mientras los párpados
cansados se rehusaban a cerrarse en el insomnio,
en la penumbra de mi dormitorio de adolescente.
Canciones de Aznavour, con las que enviaba a la
distancia mi corazón herido por la imaginación
ferviente , pues la adorada ni enterada estaba
de la pasión que despertó inocente, por el verdor
de sus pupilas solo, y su voz, que como fuente
cantarina, traía al iluso soñador evocaciones
de un idílico romance inexistente.
IV
Tiempo es de recordar, antes que el tiempo
del olvido llegue, cuando ya el cerebro no atine
a los engramas que le permitan recordar mañana
lo que ayer era vívida imagen del ayer montado
en un perfume, en un detalle, en un halo de luz,
en una fecha. Y aun sin que medie razón
para la endecha, la nostalgia apura la copa de
amargura que deja al corazón no encontrar aquel
rincón donde solía quedarse en la contemplación
de las horas de la tarde imaginando recorrer
las calles que solía caminar ya fuera en soledad
o en compañía. Aquellas donde sin saber el alma
desprendía en fragmentos invisibles que se adosaron
a cada paso del camino, a cada puerta, y rincón
que sirviera de estación y de pretexto para otorgar
apasionado un beso, o una palabra de amor,
o algún detalle, que después que se marchara
la prenda amada, en la negrura de la noche eterna
de la ausencia, se transformó en efímera figura
que más volátil que el vapor se esfuma por más
que trate de retenerla la memoria.
V
Tiempo de hacer cuentas con la vida, de saber
qué tanto le debo o me debía cuánto cobró con
intereses las horas de ocio, la pereza, la inconstancia
en el deber. Cuando el cansancio, reclama del cuerpo
el sueño que le adeuda. Lo que dejé escapar por
indolente, o lo que en la suerte no me tocó alcanzar
por más que quise. Lo que perdí cuando en otro
tiempo tuve; lo que gané aunque poco me esforcé
por conseguirlo, la salud, el amor de los hijos,
la paciencia, la fama y el dinero que se fuga
de la alforja que jamás se llena por que es más
lo que se ambiciona, de lo que se aprecia lo mucho
o lo poco que se tiene. Será por eso que el prado
del vecino siempre es más verde, aunque derroche
verde el prado de mi estancia.
VI
Tiempo de hacer cuentas con la vida porque
aunque no quiera o no pretenda querer, le adeudo.
Comenzando por el aire que respiro y el sol que
me calienta, siguiendo por el tiempo que transcurre
mientras escribo. Que son millares los que expiran
mientras tanto. Y yo, aquí sigo. Sigo para dejar
a las postrimerías un texto de reflexión,
o de enseñanza, un canto de amor o de esperanza.
El vuelo de mi alma cual bandera ondeando al viento,
fiel al amor, y a cada instante que lata el corazón
y fluya la sangre, entretanto la razón procese al menos
una idea congruente desglosada en palabras que
del corazón emanen. Al menos un instante que
detenga el transcurrir del tiempo que me lleva
en su fluir constante, hacia la muerte, frontera
de la eternidad que nos espera.
Carlos Fernando