Te fuiste en un suspiro de Dios,
dejando lágrimas y llantos,
dejando desesperación y nostalgia.
Te fuiste, acariciando nubes,
saludando aves y riendo
a medida que te elevabas más y más.
Te fuiste, y tu cuerpo comenzó a cambiar,
ya no eras un niño normal.
De tu espalda, crecieron dos alas del
color de la nieve, junto el aroma
a paz que transmite el cielo.
Te fuiste, observando cada detalle
de nuestras vidas.
Dándonos consejos a través de susurros,
protegiéndonos con tus alas y
dándonos consuelos con brisas cálidas.
Te fuiste, pero de alguna manera,
siempre quedaste entre nosotros.