He puesto la fe en una historia
incomprensiblemente truncada.
Me acerque a lo tristemente humano,
sin ser consecuente con los designios del absurdo,
la mente hace trizas la mirada.
Dios!...
No quiero escuchar las voces del cielo,
que cada día en mis oídos susurran
la verdad que no deseo.
Poco a poco me doy cuenta,
que la virtud es un capricho inconmovible,
y que el agua diariamente corre,
límpida y voluntariosa
por los recovecos de la gravedad,
busca su lugar ignoto y aburrido,
descifrando el misterio de la naturaleza.
Entonces, la receptividad se impone,
sin tratar de explicar la mustia realidad,
que convence en lo profundo del espíritu.
La equivocación no cambia,
cuando el alma, aferrada y temerosa,
como un camaleón,
se adapta a las costumbres del tiempo.