Hay un colegio en mi calle que se llama Maravillas,
que por la mañana chilla y no existe forma que calle,
gritos que a toda pastilla resuenan en todo el valle,
a modo de pasacalles salpicando en mis mejillas.
Yo al pasear voy bailando del ritmo en su partitura,
la música que a mi me cura esas ansias de volar,
y a la infancia retornar ahora ya en mi edad madura
de aquella tierna andadura que hoy yo he vuelto a recordar.
Mi humilde escuela rural y tan preñada de emociones,
¡qué bonitas las canciones, qué suspiros al cantar!
los pupitres de madera, las pizarras, los tizones
blancos como corazones puros y sin malear,
¡Oh, aquella inquietud por jugar a la dola o a la tuta,
los nidos de los gorriones en los árboles a hurgar,
o quizás adivinar qué decían que era una puta
o al río en actitud disoluta “a ojete” ir a pescar!
Y soñar, soñar, soñar…En nuestras mentes inocentes
Sin penas ni inconvenientes, todo era color de rosa,
y una hermosa mariposa que posaba en nuestra mente
nos decía confidente la humanidad era hermosa.
Y ahora ya plácidamente, acostado en mi aposento,
miro el devenir y siento con sana envidia, impaciente,
la nostalgia de aquel tiempo, la ilusión de ese momento,
y a dios lanzo este lamento: si amor a los hombres siente,
a los niños haga crecer su inocencia eternamente.