Amén Señor, dije un día
y me sentí diferente,
pero al mirarme al espejo,
nada había cambiado,
si no, que el mismo reflejo,
(el hipócrita de siempre).
No sé mentir, pero miento,
y, cuando soy descubierto,
¡por supuesto que lo niego!
Tendría que discernir
entre lo malo y lo bueno,
pero juzgo, quito, quiero,
y, en mis locos devaneos,
no paro hasta conseguir
todo aquello que deseo.
A veces me pongo a orar,
pidiéndole a Dios que trate
de hacerme un poco más bueno,
pero tal vez no me escuche,
o quizás se encuentre lejos,
y, aunque llore y patalee,
sólo percibo el silencio...
(¿será que ya se cansó
de oír mi eterno “plagueo[1]”?)
¿Dónde está Dios? me pregunto,
mientras lentamente peino
los ralos cabellos grises
que me refleja el espejo...
Y sigo malo, nomás,
mentiroso, como siempre,
y recuerdo que El Maestro
dijo una vez, que no había
¡ni siquiera uno bueno!
[1] Reniego. Regionalismo (Paraguay).