Ausencias.
Las horas transcurren lentas, interminables
-cercano está el manjar, largo el ayuno-.
El recuerdo en la mente se dilata.
Ansias de placer.
Imposible en la memoria introducir olvido.
En el fondo de la noche el deseo acecha.
Y allí está la cumplida cama, lecho paciente,
tálamo nupcial, acaso, sólo aparente,
soporte de las más deliciosas sensaciones,
como esperándonos.
Reencuentros.
Intentos de aprehender el tiempo juntos
-tiempo, miseria de amantes-;
sujetar las horas a cuatro manos
para que no se escurran.
Ruidos de cuerpos que se juntan.
Sugerencias de ingenios generosos en variantes,
ínclitas en placeres.
Excursiones por las veredas del amor paradisíaco,
que yerguen lo que se ha de erguir,
a modo de lábaro de la virilidad,
buscando oquedades, lugares aún ignotos de placer
para introducirse en lo más hondo,
en vuelo envolvente de gaviota,
volar y volar sin moverse del sitio,
La voluptuosidad de cada instante
traslada a un espacio etéreo.
Instantes de goce extremo suspendidos en el tiempo,
intentando hacerlos eternos,
olvidando que el mundo existe.
Insuficiencia del verbo para relatar el placer libidinoso.
Recorrer las sendas del paraíso.
En cantos de amor carnal, amor al fin.
Arpegios de pasión.
Caleidoscopio se sensualismos,
Penetrar y dejarse penetrar,
susurro de requiebros;
jadeos y suspiros por pasiva.
De pronto,
de la fuente del placer,
bajo el monte,
brota acuífero,
convirtiendo por un instante el lecho en el de río.
Repetir una y otra vez, y otra y otra…
hasta el paroxismo,
sin dar respiro a la fatiga,
alcanzando la ansiada sedación de lo a sedar:
los instintos, libídine.
Horas de polvos de oro y de onanismos
que enaltecen las esencias del deseo
a mayor gloria del amor de sexo.
Transcurren juntos las horas.
Fuera, las sombras de la noche extienden su oscuro manto
sobre cielo de estrellas.
Nuevas separaciones.
La ansiedad del retorno
se renueva con la ausencia día a día.
Barcelona, 29/3/20XX