Te quiero… y eso me basta
(sobre el amor)
Recuerdo mi juventud,
ésa que es todo fuego
y luego se queda en brasas,
expresando el leño su finitud.
Aquellos amaneceres siempre nuevos,
anhelantes a todas horas
que llegaran pronto sus atardeceres
y, así, fundirme en tus besos.
Ahora que lo miro desde la lejanía,
se dibuja una sonrisa en mis labios
que me descubre el oculto engaño,
que lo que creía amor, eran sólo placeres.
Sí, cierto, llamábamos amor
a lo que eran pasiones y corceles desbocados
sin llegar a adivinar,
que tan veloces como llegaban
desaparecían fugaces con la puesta del sol.
Eran esos momentos en los que mi mirada
se veía en tus ojos reflejada,
sin llegar a ver la tuya,
pues miraba y buscaba sólo la mía.
Pasaron los años, pocos,
y nuestros rostros aprendieron a fundirse,
contemplando, en una misma dirección,
ese futuro lejano que era nuestro horizonte.
Con el tiempo aprendimos
a juntar nuestras frentes,
Sin abrir los ojos,
Compartiendo pensamientos y alientos.
Cuando tu rostro descansaba sobre mi hombro
nos sobraban las palabras,
esas se las lleva el viento,
Nos quedaba el silencio de un te quiero.
Con el tiempo, nos acompañaba sólo el silencio,
ese no decir nada, cómplice
de quien ya se lo ha dicho todo
y no quiere marchitar lo precioso de ese tiempo.
Hubo un día, no hace mucho,
que hasta nuestros corazones latían
al unísono el mismo ritmo,
entonando suave nuestra melodía.
Hoy, llegada nuestra hora,
uno de nuestros corazones se desvaneció
y aunque lo he buscado con desconcierto,
ya no lo hallo.
¿Por qué me desesperaba buscando
lo que ahora sé que llevaba dentro?
Si no había dos corazones
sino sólo uno que nos dice
TE QUIERO.