Dijiste que amor
es una casa grande
con puertas sigilosas,
con lenguas abiertas
de par en par,
dijiste que yo
soy una mujer
de paredes altas,
que el verano me apuñala
y me bendice el otoño;
dijiste que mis manos
tienen los dedos tristes,
que con ellos despedí
demasiados muertos,
que mis palabras no tienen techo
-dijiste-
y que suelo deambular
de poesía en poesía
como quien busca una madre,
una perla
o un nombre donde guarecerse
cuando las penas suenan
y los huesos andan de huelga
y no queda cuerpo, ni nadie
-nada-
que me sostenga un rato el espanto.
Entonces me pediste que no me muera
y dijiste que amor es una casa grande.