Él era mi cuna y amigo de juegos desde hace mucho tiempo,
mi abrigo en los días de invierno,
y mi protector solar en los días de carnaval.
Él era mi curiosidad cuando mi corazón se empezó a formar;
su voz fue mi ilusión en aquella oscuridad.
Él fué mi primer amor apenas lo ví,
un amor puro nació dentro de mí.
Él era mi montaña, la cual me encantaba escalar;
él sujetaba mi mano cuando intentaba caminar,
me festejaba mis hazañas en aquellas travesías
que yo inventaba al jugar.
Ese beso tan fugaz en la mejilla,
pero ese abrazo tan grande que me daba,
llenaba mi corazón de dicha
aunque durara un minuto no más.
Él es mi médico de confianza,
el que llora cuando ve que mi situación se agrava,
y que intenta ser fuerte para que no me preocupara.
Él, mi conejero, quien me socorre cuando alguien
me desilusiona y me anima diciéndome:
que amar y llorar son cosas normal de la vida,
aunque al amor le guste jugar a las escondidas.
Él ha ido el profesor de mi infancia,
el héroe de mi adolescencia,
el mejor amigo y protector de mi juventud.
Es muy claro que hablo de ti, papá, mi sentimental hombre;
a tí, por siempre mi amor incondicional.