Que no te cuenten por la calle
los pajaritos de rumores
secretos del corazón mío.
Que no enmudezca un talle
tu carne de mujer, las flores
sobre la cama en amorío.
Ayer, cuando los besos duraron
nos enamoramos dos veces,
el tiempo reposó en nuestras bocas
repletas del cáliz que amaron
sin sentir el andar de los meses.
Sólo ayer, mañana era hoy,
lucía lejano el presente
como si corriera de nosotros
y no bastaran los pasos que doy
para soñarte un tanto diferente.
Los músculos se fueron cerrando,
el diafragma aniquiló el aire,
la lengua se llenó de espinas,
el corazón se fue arrugando;
nos acostumbramos al desaire.
Llegó el día de conocernos,
de ser dos mitades de alma,
de parecer indivisibles.
Pero fuimos menos eternos,
más mortales, con poca calma,
con miedo a ser invencibles.
Por eso amo a otra hembra:
más humana, menos maravillosa;
sí, con miles de cabellos negros
que son del tálamo la siembra
y el pábulo de mentira cuantiosa.
A veces, tasamos la felicidad
regalándonos sonrisas de miel
y hasta la tristeza se ríe y canta,
dormimos en un sueño de bondad
más real que corpúsculos en la piel.
Mas otras veces, las lágrimas brotan
escarbando las faldas de la cara,
nos sentimos lejanos en el lecho;
pero las hormonas se alborotan
para recordarnos qué nos depara.
Tendremos futuro mientras dure
la noche repleta de bombillas
con una perla cuajada de amor.
Después no importará que se sulfure
el azul del cielo con cosquillas
que sacan de los nimbos el clamor.
Envejeceremos, quizás, juntos
y, antes de que el sol desaparezca,
tus ojos seguirán guardando el día
sin pausas ni altos, sin comas ni puntos;
sin dejar que el sentimiento perezca.
Entonces, descubriremos la aurora
que pernocta en tus pómulos de loza,
sonrojada cual rosas en febrero;
nos ceñiremos al final de la hora
en que no importa el porqué de las cosas.
Tal vez, nuestros huesos preñen el orbe
o volemos como polvo infinito
a la merced del céfiro de marzo.
O posiblemente el mar se encorve
y nos legue al oleaje bendito.
Cuando ya no trines, mi golondrina,
porque hayan cerrado, tus labios míos
serás un recuerdo ineluctable.
Llegará el epílogo en la esquina,
donde los pasos áridos son fríos
y el precepto de Dios no es apelable