Veo ante mi a gente..., gente..., mucha gente,
de todo pelaje, asaz de variopinta,
blancos, negros, de costumbres muy distintas,
esperando allí en la sala muy pacientes.
Todos ellos van rumiando suavemente
sus miserias, y quizás viejos consejos.
Son mayores, casi todos ya son viejos,
amarrados al dolor, mirando al frente.
Solo veo, de esperar gente cansada,
y algún grito que se escucha de repente,
uno a uno van avanzando lentamente
sin hablar, sin rechistar, sin decir nada.
Van unos tras otros al confesionario,
poco importa aquí si son o no creyentes,
desgranando van las cuentas del rosario
suplicándole al buen dios sea clemente.
Se presignan, se santiguan y le imploran
que amortigue su penar aun levemente.
Si castigo han de pagar para ello lloran,
y un calmante allí suplican insistentes.
La sotana negra aquí se ha vuelto blanca.
los pecados mal del cuerpo son dolientes
las heridas chillidos que al alma arrancan
que el doctor intentará queden ausentes.