Fui luna en pleno verano,
un letargo apaciguado entre
líneas inhumanas no entendidas;
Fui como la rosa naciente de un
páramo entumecido por la llovizna
constante de un Dios que me inculcaron me
llamaba aberración.
Me escondí de la verdad cual culpable
que se ensaña en un veredicto no
creíble, robando identidades como si
se tratase de una mascarada nueva
cada día.
Me enamoré de una costilla,
Adán no causó en mí ni mariposas muertas,
más Eva, ¡Bendita sea su existencia!
Su sola presencia regocijó todo
sentimiento creando las melodías
perfectas que ponen rima a mis hojas desnudas.
¿Qué más da si me enamoré de una mujer?
Y sí, conozco muy bien la biblia que pese a ser
la palabra no me juzga como lo hacen
millones de personas mirándome con desdén.
Y es que la mujer es como una guitarra,
compleja y calculadora constante
y llamativa cuando los acordes se prestan
para dar vida.
Ahora, imaginemos dos guitarras creando
armonía arrulladora para esos oídos
privilegiados del amor.
¡Ah, el amor!
Dichoso aquel que le conozca
en todos sus formas.
Bienaventurado sea quien no
juzgue su manera de unir
corazones encantados.
Soy mujer, una creación magnífica;
enamorada de otra mujer suculenta
ante los ojos fisgones que me
acribillan, pero no por eso,
desencantada del amor.
Soy música,
soy arte;
Soy una mujer y una muy orgullosa de
estar enamorada de una misma;
su pluma.