En un pequeño pueblo habitaban muy pocos habitantes, habitantes que vivían y convivían desde hacía muchos años atrás. Aún así tenían grandes discordias entre ellos, que a veces eran difíciles de superar.
Ante esa situación, el pueblo nombró un delegado que pudiera de una manera amistosa resolver los problemas cada vez que se presentaran.
Este delegado ideó una manera muy sencilla de que cada quién resolviera su problema. En la entrada del pueblo había un inmenso árbol de pino, allí colgarían los vecinos sus quejas de manera que el causante de ella pudiera darse cuenta de su error y se animara a resolverlo.
Así, si el heladero al pasar por las calles tocaba de manera impertinente y muy molestosa su campana, el delegado colocaba en el árbol una campana, así el heladero se daba cuenta que molestaba y solo podía bajar la campana del árbol cuando estaba dispuesto a corregir su falla.
Si un anciano obraba de manera indebida ante sus vecinos, el delegado colgaba un bastón en el árbol de pino y de esa manera el involucrado se daba cuenta que había sido motivo de discordia en el pueblo. Ya tendría tiempo de reflexionar para bajar el bastón del árbol una vez que se comprometiera a cambiar su actitud.
Si un jugador de pelotas al lanzarla hacía destrozos, el delegado procedía a colgar pelotas en el árbol a fin de que el susodicho se diera cuenta de su falla y corrigiera su conducta y reparara los años para finalmente proceder a bajar la pelota colgada del árbol.
EL pueblo de esa manera funcionaba a la perfección. Un día hubo tantas fallas juntas que del árbol colgaban al mismo tiempo, bastones, pelotas, campanas y otros objetos que el delegado colgó en señal de quejas, y todos los involucrados avergonzados de su conducta, acudieron a bajar los objetos del árbol y prometieron vivir en armonía y paz para beneficio del pueblo entero y así lo hicieron; sólo que el delegado viendo que el árbol de pino se veía hermosamente adornado les dijo que vivieran en paz y armonía pero que no bajaran los objetos los cuales quedarían colgados del árbol como un recuerdo de ese pasado que habían superado con voluntad y amor. Así sin proponérselo, nació en aquel pequeño pueblo, el árbol de navidad.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela.