Falta poco para terminar el año.
Apaga todas las luces del salón. Solo queda la luz del pesebre y del arbolito, sin contar los destellos hermosos que vienen del fuego.
Acerca el sillón a la chimenea. Quiere sentir el ligero calor que despide, que conforta sus doloridos huesos.
Una copa de vino tinto le hace compañía. Cada sorbo calienta su garganta dándole una placentera sensación. Va calentándole internamente hasta llegar a su vientre.
Escucha a lo lejos la algarabía, la alegría de todos por el fin del año. Un año que se va.
Lía, se acerca meneando su cola. Una pequeña Parson Russell Terrier que ya pisa los 16 años. Habían decidido tener un cachorrito al cumplir diez años de estar juntos. Lía, un nombre corto y significativo.
La pequeña la mira tiernamente, mira a los lados, parece buscar a alguien y, sin pensarlo dos veces, salta a su regazo. Se acurruca descansando su cabeza y se está quieta, muy quieta. Espontáneamente Rosa, extiende sus manos cansadas y la acaricia.
- ¿Qué Lía? Mi niña querida. Los años no nos han perdonado ¿eh?
¿Buscas a papá? Pues no está, ya no está, es decir, está de otra forma – sigue acariciándole el lomo. El animalito le mira tiernamente. A Rosa le parece entrever una pequeña lágrima que sale de sus caninos y tiernos ojos –
- Sí mi niña, a mí también me hace falta, mucha falta. Nos quedamos solas, ¿eh?, ¡ay caramba! lo que es la vida… ¡Qué vaina tan seria mi Lía querida!
Mira el fuego en su centellar. Escucha el chirriar de la leña que se quema.
Poco a poco, sus ojos se llenan de lágrimas que, sin pedirle permiso, surcan su cansado rostro, llegando hasta su barbilla. Gotean al vacío, mojando su viejo suéter. Un regalo de Pedro, su Pedro querido.
Respira profundo. Se siente tan sola. Llora su corazón anciano. Si no fuera por Lía, estaría completamente sola. Los amigos, los buenos amigos, se preocupan por ella, pero es una carga que siente que tiene que llevar sola.
- Mi Lía querida – la toma en sus brazos y la acerca a su rostro – solo una cosa te pido, vete antes que yo. Mi dolor será fuerte, pero pensar que me iré dejándote, sin saber de tu futuro, me rompe el alma. Prefiero vivir el dolor de tu ausencia. – mueve su colita, parece que la entiende y le quisiera hablar. En un descuido le lame la barbilla –
- ¡OH! ¡no! ¡no!, ¡cochina! ja, ja, ja, ¡ay mi niña¡ – la estrecha fuerte a sí queriéndole transmitir todo el cariño y amor que siente. Si no está atenta, Lía le secaría las lágrimas a fuerza de lamerle -.
Se escuchan a lo lejos las campanas anunciando la llegada del año nuevo.
Todo es alegría y algarabía: cohetes, música a tope, gritos, carcajadas….
Todo le parece tan lejano. Está y no está. Parece que el tiempo se ha detenido.
Con voz cansada y ronca, ahogada por el desconsuelo, refiriéndose al animalito le dice: -¡Feliz año mi niña! ¡Feliz año! - Las lágrimas salen abundantemente. No las puede contener –
Feliz año también a ti amor de mi vida. Sé que estás al lado de Dios. Fuiste un alma pura, noble, amable. Me diste todo el amor que pudiste y más. Perdona por el dolor que alguna vez te ocasioné; por las veces que te ofendí solo con una mirada o una palabra fuera de lugar.
Fuiste todo para mí: mi luz, mi tesoro, mi consuelo, mi sueño, mi razón de ser. Sacaste lo mejor que aún estaba dentro de mí y me ayudaste a mejorar.
Fuiste un regalo inmerecido de Dios cuando ya no creía en el amor.
Luchamos codo a codo por nuestro amor incomprendido. Un amor combatido, condenado, prohibido, juzgado, perseguido.
Un amor que durará para siempre ya que el verdadero amor no termina jamás, no lo puede destruir la muerte.
¡OH Dios! ¡Qué dolor fuerte siento! El dolor de la partida, del silencio, de la soledad. Te quiero agradecer el habérmelo regalado, donado todo este tiempo.
Gracias también porque partió antes, te lo llevaste antes que yo. Pienso que ahora está preparando mi llegada. No logro imaginar el dolor que hubiera vivido si hubiese sido yo a partir primero. ¡No!, no lo quiero ni imaginar. Lo he amado tanto que su dolor, el mínimo que fuera, me desgarraba el alma. Me sentí querida, respetada y amada por él. Espero sea breve el tiempo que nos separe, el que tú consideres necesario, Padre Eterno.
Poco a poco la algarabía cesa. Solo se escucha el trepidar del fuego. Pareciera que los mismos ángeles no quieren disturbar aquel sacro dolor que siente Rosa, mientras acaricia y abraza a Lía, su Lía.
A cierto punto Rosa siente un sopor. Un sueño se apodera de su cansado y anciano cuerpo. En sus labios solo pronuncia un nombre: Pedro, mi amado. Mientras se queda dormida siente que alguien toma su mano derecha. Abre sus ojos y mira con asombro.
- ¡Pedro, amor mío!– exclama sorprendida, gratamente sorprendida -
- hola mi amor – le responde la figura ofreciéndole su más hermosa sonrisa –
- ¿Pero tú? Es decir, tú…..
- shhh silencio amor mío, ¡ven!– le extiende la mano y la tira hacia él –
Rosa siente su cuerpo completamente ligero. Se levanta sin prisas. Sonríe. No siente dolor solo alegría, energía, fuerza. Aferra su mano. Ambos caminan.
La habitación ha desaparecido. Se encuentran en un prado hermoso, verde, fresco. Comienzan a correr libremente.
A cierto punto se detienen y se abrazan efusivamente, se besan como si fuera la primera vez.
Sus cuerpos han recobrado el frescor de la juventud.
En medio de aquel jardín idílico echan de nuevo a correr.
Se escucha a lo lejos un ladrido. Se detienen, miran atrás y allá a lo lejos, una pequeña Parson Russell Terrier viene a su encuentro.
- ¡Lía!, ¡Lía! - repiten los dos al unísono mientras corren a su encuentro….
Los tres felices se pierden en la inmensidad, en el horizonte….
Lenta va la procesión. Amigos, conocidos, acompañan a Rosa a su última morada.
Los mismos amigos y conocidos que la acompañaban un mes atrás llevando en sus hombros a Pedro. El amigo querido, el compañero fiel. Poco pudo resistir Rosa su ausencia. Juntos descansarán.
La encontró Ana, su amiga de toda la vida, cuando la visitaba el primer día del año.
Abrió la puerta del apartamento. Llamó sin obtener respuesta. En el viejo sillón, el favorito de Rosa, la encontró con Lía en brazos.
En su rostro se dibujaba una sonrisa, como si hubiera visto algo o a alguien.
Su corazón no resistió y se fue al alba del primer día del año.
Lía yacía en su regazo. Parecía dormida, pero no. Quizás tampoco pudo resistir el dolor de su partida o simplemente, su ama se la llevó con ella.
Dale Señor el descanso eterno.
Brille para ella la luz perpetua.
Descanse en paz.
Amén.
Esa misma noche dos nuevas estrellas brillaban en el horizonte, al lado de otra más grande, que nacía exactamente un mes atrás.