Las campanas negaron a repicar la hora,
cansadas y óxidadas en el capanario,
caidas en desuso,
marcadas por los años de trabajo duro
sin compensación
Abrió Oliver sus ojos
en el medio eclipse del alba,
filtrando por la ventana desnuda,
estanpada por la escarcha nocturna
En las tinieblas del rincón de guardia,
el contorno de un ángel pertrificado
cuyas alas nunca aprendieron a volar,
la razón por su sonrisa irónica
Descalzo y vestida en harapos,
tiritando siguió el joven su propia sombra
resucitada por una vela casí gastada,
el único flimmer de calor
Almas patéticas a la hora de desayuno,
lamando secos sus boles y cucharitas,
lobos hambrientos devorando su presa
en humilde silencio
Provocando la rabieta del arisco Fagin,
el niño pobre pidió un poco más del caldo
para satisfacer su agudo hambre
hasta la llegada del crepúsculo,
cuando agotado,
se acuesta de nuevo a soñar