Mi falta de sutileza desconoce límites;
mi gran carencia de amabilidad me desborda.
Las formas burguesas nunca fueron de mi agrado:
yo le diría a mi propia madre que está muy gorda.
Lo que es peculiar de todo esto es que sin embargo
esta vez no puedo evitar sentirme apenado.
He herido, me parece, a una persona que quiero,
y que la mayoría del tiempo es de mi agrado.
La persona en cuestión es una hermosa mujer
que sabe ser destinataria de mis poemas.
De poemas sinceros, de los del corazón,
no de los que utilizo yo como estratagemas.
A ella la herí por unas pocas muchas razones
que aquí no debería mi pluma mencionar.
Solo espero que esta mujer, con su alma gigante,
a este pequeño poeta pueda perdonar.