La ciudad lucía cubierta de luces con varios colores que adornaban el frío de la noche, a cada instante se escuchaban detonaciones en conmemoración de una madrugada alegre en Belén de Judá, la gente en su afán fiestero venía e iba con música bailable unos y con devoción piadosa otros rezaban en las iglesias sus oraciones al cielo. En un barrio de la periferia el anciano solitario contemplaba a través de la ventana de su morada el bullicio urbano, en su mirada estaba dibujada la tristeza y en su alma la soledad posaba como ave en pleno vuelo, de sus ojos comenzaron a rodar unas lágrimas transparentes en memoria del amor partido el último verano y por la ausencia de los tres hijos viviendo en tierras extrañas; -es mejor que vaya a mi cama a descansar y espere que esta noche corra como transitan todas el resto del año-, pensó el anciano antes de cerrar los cerrojos, apagó las luces y se recostó en la cama con la intención de quedarse dormido. El sueño huyó de sus pupilas cuando empezó a recordar las navidades de su infancia, en su mente apareció el gran nacimiento en una esquina de la casa de sus padres, estaba construido con chirivito, en memoria de la vara florecida del viudo José antes de encargarse de la joven María, unas flores de calán daban esa fragancia a hierba fresca, helechos adornaban el pesebre junto a enormes hojas verdes traídas del cerro, más allá de pesebre se representaba un pueblo con la catedral, sus borrachos y problemas, al cantar el gallo destapaban al niño recién nacido y un coro de jóvenes pueblerinas cantaban “oh pascua dichosa / Dios te puede hacer/ fuiste prodigiosa antes de nacer / fuiste prodigiosa, antes de nacer.” La gente se abrazaba, cantaba, comiendo y bebiendo por la nacida del rey del cielo. Las lágrimas volvieron a asomarse en los ojos del anciano sin poder contenerlas, de repente la casa se inundó de una luz blanca procedente de un lugar desconocido, -¿Quién anda allí?-, preguntó el anciano con fuerza sin inmutarse por el acontecimiento, una sombra se deslizó entre la luz proyectada, -no temas, soy yo, un ángel bajado del cielo para hacerte compañía, de los mismos que cantaron en Belén la noche en que nació el rey del universo.-, dijo un ser que tenía una radiante estrella en sus manos, el anciano lo miró acercarse envuelto en largas túnicas blancas, sus ojos tenían el color de la noche y su larga cabellera blanca caía como cascada revuelta en sus hombros, -ustedes no envejecen con el paso del tiempo-, observó el anciano con tímida sonrisa, el ángel sonrió, fue a colocar la estrella en una esquina de la habitación y regresó donde el anciano, él estaba sentado en la orilla de la cama, -recuerda que en el mundo celeste no se envejece ni muere porque el tiempo no existe-, dijo el ángel limpiando con su ropaje las lágrimas del rostro ennegrecido por el sol y el sufrimiento, -he visto tu tristeza y he escuchado los pasos de tus lágrimas, por eso vine a consolarte, este mundo en su egoísmo consumista celebra la nacida de nuestro rey pero se olvida de quienes sufren, de quien no tiene una porción de comida ni una mano amiga que se tienda para calentarnos del frío, tu esposa vive en nuestro reino, pero tus hijos, ¿dónde están tus hijos?-, preguntó el ángel sentándose al lado suyo, -vaya, ya tiempos me conoces-, dijo el anciano sonriente, -mira se fueron al país del norte en busca del sustento, en esta tierra ya ni la hierba crece y el dolor golpea a diario las puertas de los hogares, por eso mis hijos se marcharon a tierras extrañas, me enviaron una remesa con la que compré unas frutas pero no tenía con quien compartirlas, ¿me aceptas una?-,invitó el anciano, el ángel asistió con la cabeza, el hombre fue hasta la cocina con pasos ligeros, luego regresó con una bandeja cubierta de uvas y manzanas, el ángel sonrió, de su boca brollaba nieve dorada de escarcha, extrajo de su larga túnica un arpa y comenzó a cantar canciones de amor celestial hablando de reinos desconocidos, el anciano feliz escuchaba música de ángeles con sabor a fruta fresca.
Las horas corrieron como en la eternidad para el anciano, de pronto la estrella que los iluminaba dejó de irradiar su blanca luz, el ángel comprendió que había amanecido, -debo marcharme-, dijo desapareciendo en el instante, una profunda paz embargaba el alma del anciano y la esperanza tomó un color brillante en su mirada, caminó hasta la ventana, la abrió con paciencia como si sus movimientos los dirigiera una fuerza llegada de otros mundos, allí afuera, ante sus ojos, estaba la ciudad sola y callada.
© Emig Paz
Chirivito: Planta salvaje de flores blancas con olor suave y agradable