Y acostados bajo el cielo
azul, todo iluminado
rodeados de nada
pero también de todo prejuicio nuestro
hacíamos lo que nuestras bocas
por naturaleza no podían sosegar.
Pendulaba en su delicia
y usted a mi me la quitaba
en su tierna, fina y exquisita voz
yo encontraba mi más cruda amenaza.