Raúl Daniel

La impunidad de la avaricia (Espejo 79)

 

La avaricia no se castiga, no se la considera delito,

es algo así como una enfermedad, pero no es un virus;

la avaricia se gesta en el corazón del individuo

y crece como cáncer que corrompe, no las células,

sino al amor, a la misericordia, al perdón,

a los nobles sentimientos… y hasta la razón.

 

Mata, es hacedor de la muerte,

es responsable de los niños de la calle,

de la falta de salud, de la educación,

del pan, del techo de hombres y mujeres

que trabajaron una vida y ahora están viejos.

 

El peor ejemplo: El Ycuá Bolaños[1],

cuatrocientos muertos en voraz incendio,

más damnificados; por cuidar fideos,

las puertas cerraron a hombres,

mujeres, a niños y ancianos…

 

La avaricia es un pecado (según Dios),

pero, a los avaros se los trata de “señor”…

porque acumulan dinero…

y tienen poder… (el poder del terror).

La avaricia es simplemente miedo,

miedo a que le falte algo.

¡El avaro se siente pobre en su interior!

 

El pobre de verdad, el humilde,

sabe dar de lo poco que posee;

al avaro le cuesta lo indecible

dar de lo que tiene.

 

Tal vez te preste, pero a interés,

la usura es su amor, y su dios es el dinero.

El avaro es un mendigo sin remedio,

y sufre como sufre un criminal…

no tiene paz ni consuelo…

 

Son necesarios mil explotados

para que un rico exista,

la avaricia es la causa de todo mal,

y, el avaro es un enfermo terminal.

 

¿Pregunto: existe algún lugar

en que se penalice la avaricia?

 

[1] El 1º de agosto de 2004 se incendió el supermercado Ycuá Bolaños de la ciudad de Asunción, Paraguay. Era el mediodía y estaba lleno de clientes, comprando y en el comedor. Los dueños mandaron cerrar las puertas (llavearlas) para que nadie se fuese sin pagar. Murieron cuatrocientas personas.