Vicente Martín Martín

No tengo treinta años

No tengo treinta años ni una salud de hierro,
más presumo
de tener esa edad en que es glorioso
perder cualquier batalla cuando sabes que aún vives
pendiente de otras guerras.
Lo bueno de esta edad es que a pesar de estar solo nunca estás desolado,
me reconozco en todos:
mercaderes,
herreros,
prostitutos,

 

soy el roble con sus viejas raíces y el afán
con que mueve su mano el alfarero,
si me pongo a mirar
soy muchedumbre,
soy Alberti o Neruda con dolores de ovario,
mal negocio
cuando mido los miles de quinientos kilómetros que dista
mi casa del Parnaso.

 

Esta vez va de veras, me digo algunas veces,
pero luego contemplo la actitud con que miran el mundo los idiotas
y me digo también que no merece la pena
congelarse las manos
o cavarse
una tumba barroca antes de tiempo.

 

¿Quién me iba a decir que con los años los ojos se harían niños
y un ser llamado yo
escribiría
de la lluvia, del viento, de los pájaros?

 

Pero que nadie piense que he quedado
–lo estrangulo-
para lavar las bragas de las musas. Las musas
no son mi religión y si visito su alcoba es porque tengo
al lobo al otro lado.