Vivimos así, nada más
y las cosas nos sobrepasan
los diplomas de cartón en los estantes
las fotos que nos atraparon
y que ahora amarillean
y nos denuncian la decadencia
a la que hoy llamamos nostalgia.
Si tan solo coleccionáramos recuerdos
y nos deshiciéramos de las cartas
que nunca osamos escribir
de los zapatos llenos de polvo
de las sendas que olvidamos
si sacudiéramos la inmaterial materia
que llena las alfombras
podríamos agradecer
por una muerte ligera, sin polvo,
recuperar las visiones que nos inventa
ese engaño llamado poesía
en la que intentamos ser etéreos
respirando a bocanadas llenas.
Si tan solo aceptáramos
nuestras lúcidas miserias
talvez empezaríamos a mirar
de frente a la vida, desvestirla,
besárla en la boca
traerla a nuestro lado
abrazarla, sin ir más lejos,
después de todo, nos sobrevivirá.
Mientras tanto, respiremos,
imaginemos a los que huyen
sabiendo todos los nombres de la muerte
saltemos en el campo intentando
no encontrar una mina
adoptemos a un heredero de las guerras
imaginemos que damos de comer
al hambre de los niños lacerados
mientras que los señores de la guerra
con sus intactas camisas
teologizan sus acciones
barnizan sus palacios
deciden lo que debemos creer y decir.