El amor tiene lo que ninguna otra cosa tiene,
lo que nada de lo que existe da:
ilusión, sinceridad, paciencia, pasión, verdad;
el amor es una tarea, no una casualidad.
Para amar se entrena en la escuela del hogar,
si ésta faltara se abre una herida difícil de cerrar.
Solamente mucho amor podría curarla,
amor a la orfandad.
El amor no es cárcel sino libertad,
sus banderas son ternura y humildad,
no hay amor en la soberbia ni en la violencia,
porque el que ama sólo piensa en agradar.
El que ama no exige, no provoca, no traiciona, no maldice,
su hablar es suave y con matices, elogia, bendice,
el que ama dulcifica su carácter, y se lo conoce
por el aspecto angelical de su semblante.
Cuando sepas el amor, sabrás la verdad:
el amor no es una gema que se encuentra,
es una escuela... una ciencia, la suprema,
y, como dijo alguien[1] una vez: “Ama...
ama y después ¡haz lo que quieras!”
[1] Agustín de Hipona.