Cuando del trabajo, regreso cansado,
y a doscientos metros su puerta diviso...
me apuran las ansias de entrar a su abrigo.
Mi casa tiene el ruido que hacen los vecinos,
y apagado llega hasta mis oídos...
Escuchar las risas, escuchar los gritos,
o cualquier barullo que hacen los niños,
el llanto tal vez... olor a cocido...
El mundo es implacable, no entiende de lágrimas,
de miedos... de frío... mi casa es distinta,
sabe lo que pienso, es como un amigo.
Si llego cansado me alcanza sonriente
un vaso de vino... si decepcionado,
de sus mil rincones renueva mis sueños
(que a veces olvido)
En mi casa viven recuerdos tenaces
de abuelos o tíos que, aunque ya partieron,
dejaron sus voces, consejos... que alumbran
cual faros etéreos mi abrupto camino...
Mi casa es la almohada que guarda el secreto,
que celosamente a nadie le digo;
y tiene el sonido y tiene el silencio
que saben hacer los amigos...
Mi casa es sosiego, tal vez no tiene lujos,
pero tiene un patio y árboles frutales,
un perro y un horno viejo, de ladrillos.
También tiene arriba un pedazo de cielo
¡solamente mío!, que escucha mis ruegos,
perdona mis iras, entiende mis deseos,
y toma por luciérnagas (que llevo a mi boca)
a mis cigarrillos...
Mi casa es un poema ¡que nunca había escrito!