Tengo un jardín secreto en el alma
al cual llego cuando no hallo las rosas
para olvidar esta carne frívola
y llego a él cuando el infinito me llama
cuando mis manos no hallan
las necesarias preguntas.
Y me acerco a su espacio
cuando el invierno es cruel
y traspasa mis harapos
cuando siento que mi hermano es frío
acudo al jardín para no olvidar
que el hombre es el hombre
para tratar de entender mis sombras
para recoger mis cortos años.
Y lo riego con paciencia
podo lo que alcance, sin olvidar
cada una de mis tristezas y flaquezas:
los arbitrios, mis urgentes mortajas.
Me siento a su lado
descalzando mis egos
con reverencia mineral
despojado de aliento, reposado.
Después de eso me levanto
y regreso al desierto
en el que me lleno de alucinaciones
de arena que rasga mi rostro
de engaños a los que reconozco
pero que ya no me hieren
y se que mi corazón no es más
que un guerrero que ha venido
recorriendo los milenios en solitario
intacto y honorable, desposeído,
casi muerto, herido pero aún vivo.