Hay algunos que quieren, y yo no sé por qué,
a la tierna infancia robarle la inocencia.
Pues yo he de confesar y a mi no me avergüenza,
que fue una noche, un seis de enero que me até
el dedo índice y una cuerda a la ventana
y que con ilusión lo hice e ingenuidad sana.
Y cuando de mi sueño al fin me desperté
¡oh, milagro! los mismos reyes de occidente
habíanme depositado sus presentes
junto a mis zapatos, quizás en la mañana.
Para nada pensé por qué razón la cuerda
seguía allí atada, impasible, muda y lerda.
Y es asi que hasta hoy ando y persiguiendo sigo
alguna ilusión, algún sueño, una esperanza
preciso imaginar, soñar y a veces sigo
despierto incansable danzando en esa danza.
No hay argumento ni razón, a mi me digo,
la via es pura fantasía y el que no quiera
así verla, apearse deberá del coche
echarse a la cuneta, evadir de la acera
o ausentarse de este mundo por la noche
reprochándose uno a si mismo los reproches.
Y puesto ya a que yo eligiera me pidieran,
a una verdad yo elijo siempre una quimera.