Un hijo miraba sobre el hombro de su padre mientras conducía, interesado en su mirada fija en el camino. Al rato pudo preguntarle por sus pensamientos; el padre, lentamente, fue contestando lo siguiente:
-La vida es un vehículo construido por uno mismo, su capacidad y equipamiento está determinado por lo que agregamos en cada mejora.
-Alguna vez tu vida será un compacto, otra un superdeportivo, alguna vez necesitarás algo más grande y seguro. Yo quisiera un tren.
-El asiento del piloto en tu vida es tuyo, no dejes que nadie maneje tu vida, no les des esa responsabilidad, esa ventaja, esa carga.
-Cuando conduces tu vida, nunca miras hacia atrás, es peligroso; únicamente atiende el reflejo en los espejos sin desatender el camino delante.
-Es necesario un copiloto, hará ameno el camino, tal vez lo conoce mejor que tú, o aún mejor, lo descubrirá contigo, verá las señales que no veas.
-Eres responsable de quien aborda tu vida, aunque sea breve su estancia.
-También serás pasajero y copiloto en otras vidas, respeta el lugar que se te da, el vehículo en que vas y ayuda a que el viaje sea grandioso.
-Nunca manejes cansado; si al conducir tu vida lo necesitas, oríllate, descansa, estírate, respira y toma una fotografía del paisaje, luego continua.
-Es justo pensar que hay mejores pilotos y mejores vehículos, o peores, pero es de conducir tu vida de lo que debes ocuparte.
-No te preocupes por tener un destino, tan solo ponte en marcha y disfruta el camino.
Después de un silencio el hijo se reclinó en su asiento y comenzó a contar a su padre un sueño.