Nadie era el mismo de ayer
ni yo, que en medio de nada
la tomé entre mis brazos
susurré en sus oídos
la miré fijamente y la besé.
Eso me conertía en otro
otro bueno creo
o tal vez el ser
más despreciable del universo.
Que triste era la vida sin ella
que fríos los veranos de mi Lima
que gruesa se hacía la virga
que sentía golpear mis labios.
Mi café de cada tarde
la perfecta bruselina
amargaban mi paladar,
ella ya no era la misma.
Ni yo después con ella,
esa noche fue perfecta
entre palabras tan profundas
y gemidos que legan al alma.
Mis manos y las suyas,
los nuestros tan pegados y complementados.
Eso me convertía en otro
otro bueno creo
o tal vez el ser
con más fortuna en este mundo.