Vi en el techo mis ilusiones detenidas,
Junto a una mancha de amarillo humedad provocada por mi aliento seco,
bajando como lluvia callejera sobre mi cara obscura por el reflejo de la noche,
Es aflato muerto,
como rayo que no quema ni encendiéndolo con tu cerillo.
Pensé…
que la lluvia moje mis palabras,
que las llene con su bendición,
o que las ahogue dejándolas en papel deshecho para que ni yo las vuelva a recordar,
para olvidarlas en mi eternidad quebrada.
Que la noche me sane,
que cure mi boca,
que desate mis emociones añejadas de mil torpezas,
como cura cuerpos fríos,
sedientos de otras caricias,
reencontrando su fuego hecho ceniza que vuelve leña seca a punto de chispa,
y sí sabe curar un fuego escondido bajo pieles gruesas de indiferencia,
cura la mía,
cura mi piel que de tanto sentir se quedó vacía
y se llevó mi pronunciación,
escrito medicinal para todos los males…
Sí la noche se apaga,
y no vuelve ni con el orto de la luna,
que tu cuerpo me cobije,
que se haga mi hoja blanca,
incitadora,
provocadora para escribir sobre su lomo erguido,
Que sea tu cuerpo quien dicte mis sentimientos y los haga letra plasmada de cualquier tinta,
amorosa, triste,
o envenenada de tanto beberte,
que sea el ductor de mis manos inquietas de escribirte,
de volverte obra de tercer mundo,
flaca,
pobre e ignorada,
hasta por mis propios ojos,
trizados de intentos vacíos de acierto,
escasos de apreciación de sangre hermana.
Y eso…
¿qué importa?
si mis ojos vuelven a ser palabra pura,
de esa que sana muertos,
si mis ojos ven y hacen letra,
bajo la obscuridad de mi cuarto,
en que me encierro a volver la lluvia letra,
que me arrulla con su escándalo de mil cantares
mojados y hechos ríos por las calles solitarias de domingo por la madrugada,
en esa ventana en que vivo,
que con la luz de las tormentas muta azul eléctrico
y vuelve a llenarme de hermosa palabra,
lloviznada y hecha mía…