Ahora van a decir muchas mentiras de ti,
hasta van a inventarte otra personalidad.
Yo te conocí íntimamente, revisábamos juntos
el inmenso ámbito de tu soledad.
Van a decir que fuiste un apóstol,
¡pero eso es una gran verdad!
No hablo de eso, es de otras cosas,
(que tú y yo sabemos), que te quiero hablar.
Fue hace quince años que nos conocimos,
en una iglesia, los dos adorando al Señor.
Tú hablaste verdades y me invitaste a una comunión.
Un litro de vino, mandioca, un pollo al espiedo,
y, entre cuatro paredes, los dos confesamos
nuestro amor a Dios.
Después la vorágine que trajo el servicio,
los viajes, las almas ganadas a la causa de Cristo,
y ese anhelo constante de seguir adelante,
y pagar el precio, y decía la gente: ¡Allí van dos necios!,
pero tú me decías: ¡Somos kamikazes!, ¡que no es lo mismo!
¿Acaso alguna vez nos importó?,
¿teníamos algo más para perder?
Me mostraste tu pueblo, que eran pobres o eran indios,
no tenías hijos, pero sí cien niños a quienes dar de comer.
Te vi hacer milagros con tus oraciones,
gente que moría ¡y no se murió!,
una vez había treinta y seis tortillas para cien personas,
oraste al Padre y ¡al final sobró!
Algunos decían que eras mentiroso,
otros que goloso, y se enojaban
porque te veían que tomabas vino;
¡como nos reíamos!, porque bien sabíamos
que a nuestro amado Señor Jesucristo ¡le pasó lo mismo!
Escuché que otros dijeron que no tomabas,
y es cierto, ¡sólo conmigo!...
nos solíamos “bajar” un par de cajas de tinto,
¡no nos emborrachábamos!, solamente hablábamos.
Por ejemplo: De la hipocresía religiosa
con la que tanto tropiezan los que buscan el camino,
los que inventaron que Jesús bebía jugo de uva,
y decían de Él lo mismo que de ti y de mi.
Sólo que a mí no me importaba.
Tú te cuidabas porque eras pastor.
Un día, tú y yo, junto a Elías y a Jeremías,
¡y junto al Señor!, ¡beberemos vino del mejor!
“Dios hizo el vino para alegrar el corazón del hombre”,
¿Nadie lee esa parte de la Biblia?,
¿Qué leen?, ¿sólo la parte del diezmo?
Nosotros también sabíamos
que ése era otro cuento,
¡no se encuentra ninguna referencia
en el Nuevo Testamento!,
¡Qué diezmo ni que ocho cuartos!,
¡Nosotros dimos todo al Señor!,
Tú no tenías ni siquiera un calentador
donde hacer tu comida,
tu vida era totalmente despojada
y dabas lo único que te quedaba: ¡Amor!
Trabajabas de cualquier cosa,
no comiste tu pan de balde,
vendiendo libros, discos pedagógicos,
o pintando casas o en la construcción.
Pero nada de eso era tu trabajo,
¡tu trabajo era servir al Señor!
Desde Buenos Aires hasta Pedro Juan,
de Ciudad del Este hasta Asunción,
recorriste buscando las almas perdidas,
llevando consuelo a los hermanos indígenas
(y ropas usadas que les conseguías).
Tu verbo fue ardiente y muy simplemente,
entregaste tu vida, repartiendo vida
a un montón de gente.
Juan Ramón Chaparro, mi hermano querido,
hace una semana llevamos en vilo
tu féretro frío, descansa Juancito,
Juan grande, Juan niño,
que tu obra de amor continua contigo.
Descansa mi amigo que ya trabajaste
todo lo que quería que trabajaras Cristo.
Y, aunque sé que es justo que hayas dormido,
y que hiciste bien tu largo camino,
aún eras joven y tenías sueños,
que quedan sin dueños,
y se vuelven grises, y se vuelven fríos,
como este vacío que tengo conmigo.
Si tú ya cumpliste, si ya estoy cansado,
¡llévame contigo mi hermano amado!